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El 11 de marzo de 2004 quedará en la memoria por la tragedia de Madrid, que dejó cientos de muertos y heridos sobre las vías férreas, pero también por el escándalo de la gran mentira que urdió el Gobierno de José María Aznar para distraer su responsabilidad en el origen del atentado. Cuando Aznar juró su cargo, juró también que devolvería a su país el antiguo esplendor, su gloria de antiguo imperio y gran potencia. Se alió con Bush, conectó España a la Historia e inmediatamente saltaron por los aires doscientas personas despedazadas. En su papel de aprendiz de brujo, Aznar descubrió demasiado tarde con qué fuerzas jugaba, y no se le ocurrió mejor excusa que señalar con el dedo al vecino: “Ha sido ése”. Decía Napoleón que la propaganda era el otro nervio, junto a la máquina militar, de la guerra. Aznar, atrapado en un frente de batalla inesperado, dirigió el otro nervio contra los vascos en una operación bélica que, por suerte, le salió también el tiro por la culata.

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